Tan pronto llegué a la edad de catorce años, comencé a recibir por las
madrugadas una extraña visita. Las cortinas de mi cuarto (que aun tenían
dibujos de carritos, porque mi madre quería que fuera muy macho) se
levantaban como si fueran minifaldas de prostitutas, la puerta de mi alcoba
comenzaba a abrirse y cerrarse bruscamente, mi lámpara, fiel acompañante
en mis noches de lectura, empezaba a fallar, y yo como todo buen mexicano,
intentaba repararla. Al cabo de unos cuantos intentos fallidos, todos los
problemas que se habían presentado de manera constante y progresiva (por
que conforme trascurrían los días, los azotes de puerta, los apagones de
lámpara y el zangoloteo de las cortinas se hacia más intenso y atemorizante)
en mi habitación, llegué a la conclusión que debía llamar a un electricista.
Este, como era de esperarse, no detectó ningún error en el cableado de mi
casa, pero a la vez, encontró varios problemas (jamás comprendí sus
tecnicismos) mismos que lo motivaron a cobrarme un ojo de la cara,
dejándome en la ruina. Esa misma noche fui víctima de otro evento
paranormal.
La noche siguiente fue un poco más fría, las ventanas de mi alcoba
permanecían cerradas, me sentí preso, vulnerable a cualquier ataque del
interior, pero recobré mi confianza al recordar que estaba solo, en ese
instante creí que nada podría salir mal (el reloj marcaba las once en punto).
De repente mis ventanas se abrieron de par en par, las cortinas que mi madre
compró en mi infancia comenzaron a volar. Mi lámpara no respondía. Intenté
controlarme, pero mi instinto femenino me obligó a brincar sobre mi cama
(me sentí en una fiesta de pijamas) grité como una niña al ver a su Barbie
decapitada. Pedí auxilio, por la soledad en la que yo me encontraba, intuí que
nadie me ayudaría. Me equivoqué. Alguien tomó mi mano y al oído me
susurró, -Descuida amigo, estoy contigo- era el electricista.
Después de algunos meses de investigación acerca de eventos paranormales y
de haber tomado algunos cursos de electricidad (al grado de considerarme los
suficientemente capacitado para poder reparar mi lámpara) logré llegar a la
conclusión de que, los apagones, la movilidad de cortinas y los azotes de la
puerta, no eran más que la consecuencia de los terribles vientos de Santa -
Ana.
madrugadas una extraña visita. Las cortinas de mi cuarto (que aun tenían
dibujos de carritos, porque mi madre quería que fuera muy macho) se
levantaban como si fueran minifaldas de prostitutas, la puerta de mi alcoba
comenzaba a abrirse y cerrarse bruscamente, mi lámpara, fiel acompañante
en mis noches de lectura, empezaba a fallar, y yo como todo buen mexicano,
intentaba repararla. Al cabo de unos cuantos intentos fallidos, todos los
problemas que se habían presentado de manera constante y progresiva (por
que conforme trascurrían los días, los azotes de puerta, los apagones de
lámpara y el zangoloteo de las cortinas se hacia más intenso y atemorizante)
en mi habitación, llegué a la conclusión que debía llamar a un electricista.
Este, como era de esperarse, no detectó ningún error en el cableado de mi
casa, pero a la vez, encontró varios problemas (jamás comprendí sus
tecnicismos) mismos que lo motivaron a cobrarme un ojo de la cara,
dejándome en la ruina. Esa misma noche fui víctima de otro evento
paranormal.
La noche siguiente fue un poco más fría, las ventanas de mi alcoba
permanecían cerradas, me sentí preso, vulnerable a cualquier ataque del
interior, pero recobré mi confianza al recordar que estaba solo, en ese
instante creí que nada podría salir mal (el reloj marcaba las once en punto).
De repente mis ventanas se abrieron de par en par, las cortinas que mi madre
compró en mi infancia comenzaron a volar. Mi lámpara no respondía. Intenté
controlarme, pero mi instinto femenino me obligó a brincar sobre mi cama
(me sentí en una fiesta de pijamas) grité como una niña al ver a su Barbie
decapitada. Pedí auxilio, por la soledad en la que yo me encontraba, intuí que
nadie me ayudaría. Me equivoqué. Alguien tomó mi mano y al oído me
susurró, -Descuida amigo, estoy contigo- era el electricista.
Después de algunos meses de investigación acerca de eventos paranormales y
de haber tomado algunos cursos de electricidad (al grado de considerarme los
suficientemente capacitado para poder reparar mi lámpara) logré llegar a la
conclusión de que, los apagones, la movilidad de cortinas y los azotes de la
puerta, no eran más que la consecuencia de los terribles vientos de Santa -
Ana.
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